La gema (parte 3)
El interior de la cueva era un caos.
La orden no era muy numerosa, pero, con cada uno de sus miembros corriendo de
un lado a otro buscando sus armas, parecía que el lugar estaba atestado de
gente. Tampoco ayudaba que se gritasen unos a otros.
Kela cogió su lanza y corrió en busca
de Mya y Keyran, que la aguardaban a la entrada de la cueva. Le costaba avanzar
entre la multitud, y recibió más de un empujón por el camino.
—Se están acercando —dijo Mya cuando la joven se aproximó
a ellos.
— ¿Qué vamos a hacer? Son demasiados —hizo notar Kela.
—Lucharemos —contestó Keyran con voz solemne,
tras una pausa.
Kela no insistió. Luchar no sería suficiente, y
Keyran lo sabía también. Pero era mejor mantener la esperanza y darlo todo en
aquella lucha, que sería probablemente la última.
— ¡Eh, tú! ¡La de la gema! —gritó alguien entre
la multitud.
Kela se giró desconcertada y vio a uno de los
miembros de la orden, que se estaba acercando a ella. Recordaba su rostro, pero
nunca había hablado con él. Sabía que era un experto en lucha, que se pasaba
los días entrenando, pero ni siquiera conocía su nombre.
—Vete —dijo, con un tono de voz desagradable—.
Ponte a salvo dentro de la guarida.
— ¿Perdona? —soltó Kela a modo de respuesta,
incrédula.
—Vienen a por ti, nos atacan por ti —matizó él—.
Y nosotros lucharemos para mantenerte con vida. No podemos permitir que te
expongas de esa manera. Si te matan, ¿cómo se supone que nos ayudarás?
La joven se quedó sin habla. Mya se percató de
ello y respondió por ella:
— ¿Cómo nos ayudará si la encerramos?
Aquel joven la miró como si acabase
de reparar en su presencia, y su gesto se tornó desagradable. Mya permaneció
impasible.
—No recuerdo haber hablado contigo; no te metas —cada palabra estaba cargada de veneno.
—Son demasiados —continuó, como si él no hubiese dicho
nada—. Diré lo que todos estamos pensando: no podremos vencer;
necesitamos un milagro. Aunque se esconda la hallarán en cuanto nos venzan.
Démosle una oportunidad.
Con un último gesto de
desprecio hacia Mya, el joven se alejó de ellos a paso rápido. Kela se volvió
hacia ella, extrañada. Le dio la impresión de que se esperaba demasiado de
ella, pero Kela no era la mejor luchadora. Quiso decírselo, pero en aquel
momento dieron la alarma; era la hora de la batalla.
Kela asió fuertemente su lanza,
intentando detener el temblor nervioso de sus manos. Fijó su vista al frente,
aunque solo podía ver a los demás guerreros que se agolpaban delante de ella.
Se situaba en retaguardia, donde, en teoría, estaría más protegida. Aunque en
el caos que suponían las batallas, ninguna de las posiciones sería segura.
Alguien, delante de ella, lanzó un
grito de guerra, y todos corrieron al frente, dispuestos a luchar con valentía.
Kela también corrió, alzando su arma. El viento azotaba sus cabellos y le
helaba el rostro. Intentó mantener una expresión impasible mientras la certeza
de que se dirigía a una muerte segura se apoderaba de ella.
El orden que habían mantenido antes
de comenzar la lucha se deshizo. Kela intentó encontrarse a sí misma en aquel
desorden. A pesar de haber tenido la posición más segura, no tardó en saltar
sobre ella una de las bestias, agarrándola fuertemente con sus poderosas
garras. Aunque deseaba hacerlo, no profirió un grito. No quería mostrar
debilidad ante el enemigo.
Intentó desasirse, hundiendo
repetidamente su lanza en la carne del monstruo, que aun así no la soltó.
Apretó los dientes, tomó aire, y tiró de sí misma para soltarse, consiguiendo
que las zarpas de la bestia le dejasen en cada brazo cinco profundas heridas.
Entonces, sí gritó.
Al soltarse, Kela cayó sobre la
hierba, sintiendo unas terribles punzadas de dolor. Intentando no pensar en
ello, giró sobre sí misma lo más rápido que pudo y, cuando la bestia se
abalanzaba sobre ella de nuevo, le hundió la lanza en el pecho. El monstruo
soltó un lamento que parecía provenir de las profundidades del mismo infierno,
antes de caer, sin vida, al lado de Kela. El enmascarado que lo montaba quedó
atrapado bajo su peso. La joven se puso en pie y se acercó a él. ¿Qué se
suponía que debía hacer? ¿Matarlo? Kela se horrorizó ante la idea, aunque sabía
que era lo que le correspondía. Temblando, la muchacha alzó de nuevo su lanza y
cogió aire. Pero no tardó en bajarla; no podía hacerlo. El enmascarado soltó
una carcajada y Kela le dirigió una mirada cargada de odio. Actuando con
agilidad y rapidez, describió un movimiento circular con la lanza y golpeó al
enmascarado con la empuñadura, dejándolo inconsciente.
Kela no se detuvo. Continuó corriendo
y mirando a su alrededor, alerta. El campo de batalla la horrorizó. El rojo
bañaba el verde del prado, y numerosos cuerpos lo cubrían. Amigos, enemigos…
solo muerte. Y entre ellos, Mya.
El corazón de Kela se paró. El cuerpo
sin vida de Mya yacía sobre la hierba. Un charco de sangre se hacía más y más
grande bajo ella. Keyran la abrazaba, en medio de un llanto desolador. Kela no
podía moverse. ¿Para qué luchar si no podía proteger a la gente que le
importaba? ¿Para qué vivir en un mundo tan atestado de horrores? ¿En verdad
merecía la pena?
— ¡Cuidado! —gritó alguien, aunque Kela lo escuchó
como un sonido lejano.
Sintió que era empujada, que caía
sobre la hierba. Le pareció escuchar el gruñido de una bestia y ver cómo su
salvador peleaba contra ella, hasta que la derribó.
—Estate atenta o conseguirás que te maten —la reprendió una voz molesta.
Pero Kela no podía prestarle
atención, sencillamente no podía. Ya harto, la cogió de los brazos,
levantándola y la zarandeó con violencia. La joven sintió el dolor de las
heridas volviendo a ella con más intensidad. Entonces, se percató de que su
salvador era aquel insolente joven que había sido desagradable con Mya.
Kela retiró las manos del joven de
sus brazos, dándole a entender que no necesitaba su ayuda. Él, aunque reacio,
se alejó de ella para adentrarse en la batalla. La muchacha se volvió de nuevo
al lugar en el que reposaba el cuerpo de Mya. Keyran se hallaba en plena lucha
contra una bestia, al lado de ella. A pesar de todo, seguía peleando.
¿Por qué luchar? ¿Por qué vivir? “Lucharé
y viviré por aquellos que me importan, por los que están a mi lado, y también
por los que se han ido”, se dijo Kela. “No dejaré que tu sacrificio sea en
vano, Mya”.
Con un grito, volvió a la batalla.
Corrió, luchó y venció a las bestias que le salieron al paso. Apoyó a sus
compañeros, pelearon codo con codo y se guardaron las espaldas. En el interior
de Kela, Mya, y Keyran también, le daban ánimo y fuerzas.
De pronto se vio rodeada por tres
bestias y, a lomos de ellas, tres enmascarados. Impasible, Kela amenazó con la
lanza a los monstruos antes de atacarlos. Sin embargo, estos no respondieron,
simplemente la observaron desde el sitio. La joven no dejó que aquello la
distrajese. Con un ágil movimiento, dio un salto y clavó su lanza en el cuello
de una de las bestias, acabando con su vida. Pero, contra todo pronóstico, las
demás no intentaron atacarla, limitándose a gruñir, luciendo sus poderosos
colmillos.
El jinete de la bestia que había
muerto se puso en pie, y los otros dos descendieron de sus monturas.
Lentamente, los tres se retiraron la máscara del rostro. A Kela se le heló la
sangre al reconocer a sus padres y a su hermano. Aquello no era real, no podía
serlo.
—Kela —dijo su madre, con una dulce sonrisa—, hemos venido a salvarte, a llevarte de nuevo a casa.
La joven, sintiéndose como en medio
de un sueño, negó lentamente con la cabeza, sin habla.
—Te han estado engañando, hija mía —aseguró su padre y, tendiéndole una mano, continuó—: ven con nosotros, a casa. Destruye de una vez esa gema,
termina con todo.
—No, no lo entendéis —pudo decir al fin—. Puedo salvarlos.
—Ya no hay salvación para ellos —respondió su
madre—. Te han mentido, Kela.
—Claro que no —casi gritó Kela—. Al contrario, son los únicos que han confiado lo
suficientemente en mí como para confiarme la verdad. ¡Si destruyo la gema,
moriré!
Ninguno de ellos se mostró
sorprendido. De hecho, si la joven tuviese que emplear una palabra para
describirlo, diría que estaban molestos.
—No me digas que te has acobardado —soltó su hermano mayor—. Se supone que debías morir como una
heroína.
— ¿Lo sabíais? —se horrorizó Kela—. ¿Sabíais lo que pasaría y aun así enviasteis a vuestra
propia hija a una muerte segura?
—Antepusimos las necesidades de los demás a las nuestras, como
deberías hacer tú. Está claro que no eres una heroína —dijo su padre.
—Puedo hacer algo por salvarlos a todos. De haber destruido la
gema seguirían transformados. No quiero que muera nadie —contestó con fiereza.
Su hermano soltó una carcajada
amarga.
—Mira a tu alrededor. Ha muerto demasiada gente. ¿Crees que
tienes las manos limpias? Has matado a algunas de estas bestias hoy —dijo, señalando el cuerpo del mutante a sus pies—. Y estas bestias, también son humanos, en cierto sentido.
¿Cómo piensas salvarlos? ¿Matándolos?
Kela no podía seguir con aquello. No
podía ser cierto, no quería oírlo. Sintió en su corazón un calor intenso y,
sintiéndose como un volcán a punto de entrar en erupción, cerró los ojos,
extendió los brazos y, de pronto, supo qué hacer y supo que era capaz de
hacerlo.
Un gran poder emanó de ella,
impulsado por la fuerza de la gema que llevaba en un brazalete. Ese poder, en
forma de luz, rodeó a las bestias, iluminándolas y volviéndolas de nuevo
humanas. Todo el valle se llenó de una luz cegadora y pura, que terminó por
dejar a Kela inconsciente, exhausta.
Días más tarde, la joven abrió de
nuevo los ojos al mundo.
Ya llevaba un tiempo deseosa de conocer el final de la historia :)
ResponderEliminarLa inesperada aparición de los padres de Kela es un gran acierto, aunque quizás un poco fugaz. Me encantaron frases como: "Kela intentó encontrarse a sí misma en aquel desorden", "Amigos, enemigos… solo muerte" y “Lucharé y viviré por aquellos que me importan, por los que están a mi lado, y también por los que se han ido”.
El final me ha parecido demasiado rápido, como que descubrió qué hacer, lo hizo y fin, aunque tampoco sé cómo se podría poner si no fuese así.
Jaja y siento ser tan técnica, pero que mejor forma que aprovechar los comentarios para hablar sobre esto.
Un saludo!!