El Camino del Destino 2/2


—No, no, no, ¡no!
Pero su desesperación no servía de nada. El espejo empezó a atraerlo y Tomás se resistió todo lo que sus escasas fuerzas le permitieron. Aun así, acabó en el interior de aquel marco, en un mundo abstracto que él mismo había buscado. Y al sentirse allí dentro, comprendió que él mismo era el hombre del destino, él había decidido llegar allí y dejar su vida atrás, a su pueblo, a sus padres y, en especial, a Amanda.
En esos momentos de angustia de su extraña existencia lo único que podía hacer era arrepentirse de no ser valiente y regresar a casa cuando aún estaba a tiempo.

Pasado un tiempo indeterminado para él, el lugar abstracto en el que había quedado atrapado comenzó a transformarse. Tomás se sintió tan libre como el viento y se deslizó sobre el camino que apareció ante él. Entonces se vio. Era el, en la época en la que no parecía un anciano, cuando acababa de emprender el viaje a su desesperanza.
Deseaba tanto poder detenerse a sí mismo que cuando se dio cuenta ya no era el viento, sino un búho. Sorprendido, echó a volar y se posó en una rama. Escuchó una risa y miró molesto hacia el joven que se había reído; no era momento para bromas. No podía hablar, así que le dedicó una mirada desesperada, para que comprendiese el error que estaba cometiendo. Pero aquel Tomás, como él mismo en su momento, no entendía la gravedad de la situación.
No se rindió y echó a volar de nuevo, volvió a convertirse en el viento. A su paso arrancó varias hojas y vio en ellas la forma de insistir en que Tomás regresara. No había suficientes hojas para escribir una palabra, pero sí para representar letras, y con ellas dibujó "vuelve", "vuelve" y "vuelve". Cada vez más rápido y más fuerte, pero Tomás no entró en razón.
El Tomás más antiguo gastó muchas fuerzas al convertirse en viento, así que tuvo que esperar varios días para intentar otra vez que el otro Tomás regresara. Continuaba sintiéndose como el viento, pero en esta ocasión no hizo tanta fuerza y se adelantó a Tomáss en el camino. Se le ocurrió escribir un mensaje sobre la arena, no había forma de que lo ignorara si se lo ponía delante. Pero calculó mal el tiempo y cuando estaba escribiendo la palabra "regresar", Tomás llegó y borró con los pies todo su trabajo.
El antiguo Tomás se desesperó, porque si avanzaba mucho más, se perdería en la inmensidad del camino y ya no habría forma de volver. Estuvo varios días pensando, pero por muchos mensajes que le pudiese mandar, Tomás los ignoraría todos. Sin embargo, tenía que actuar y decidió hacerlo tocándole donde le dolía, mencionando a Amanda.
Ya llevaba un par de semanas con esa extraña existencia en forma de viento y se creía capaz de hablar, aunque se quedaría sin fuerzas. Cuando el Tomás joven llegó caminando, el Tomás antiguo se preparó y... No dijo nada, porque comprendió que todo lo que había hecho hasta ese momento ya había pasado y no había producido buenos resultados.
Pero el tiempo transcurría y cada vez el joven estaba más cerca de convertirse en viento, de escoger el destino equivocado. Porque eso era lo que estaba haciendo y solo dejándoselo claro podía llegar a cambiar de idea. Así que el antiguo Tomás, sabiendo que era su última oportunidad, habló:
«No necesitas a un hombre del destino para lograr grandes hazañas. No seas cobarde y atrévete a vivir tu propio destino en vez de tener que preguntarle a otros por él».
Fueron demasiadas palabras y las fuerzas de Tomás se agotaron. No pudo quedarse para ver si había obtenido algún resultado. Cuando se quiso dar cuenta estaba otra vez en una realidad abstracta, perdido para siempre.
Y, de alguna forma, el tiempo pasó. Tomás se fue recuperando poco a poco y se acostumbró a ver encima suya un marco dorado flotante. Un día escuchó sonidos y se acercó al marco. A través de él veía el camino que tanto tiempo atrás había recorrido y, al ver al otro Tomás llegar, pensó que nada había valido la pena, que el círculo estaba destinado a repetirse eternamente.
Sin embargo, estaba equivocado. Tomás parecía mayor que la última vez que lo había visto, pero no estaba avejentado. Y tras él llegaron una mujer y un niño dados de la mano. Tomás miró a través del marco como si no viese nada y comentó:
—Si al final no eran más que leyendas.
Amanda se rio y contempló con él las vistas que ofrecía el precipicio. El niño se acercó al marco y dijo:
—¡Pero esta ha sido el mejor viaje de mi vida!
El niño miró con atención el interior del marco y clavó la mirada en los ojos del antiguo Tomás.
—¿Ves algo? —preguntó Amanda.
El antiguo Tomás permaneció muy quieto, sin saber muy bien que hacer, y el niño se giró hacia sus padres.
—Me ha parecido ver al señor del destino...
Los padres, al no ver nada especial a través del marco, sonrieron. Al día siguiente emprendieron el camino de vuelta, satisfechos de llegar al final del camino. Quizá ellos no lo sabían, pero habían escogido un muy buen destino juntos, y el Tomás que quedaba atrás sintió que ya podía descansar tranquilo.

Gracias por leer y déjate llevar por la fantasía...

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